jueves, 12 de abril de 2012

Carta de Circe a su hermano Calímaco



Querido hermano,

    Ya hace más de siete meses de nuestro destierro en este terrible convento y no hay día que pase que no me lamente de mi desdicha y de la de mi pobre hija Davinia. Me hubiera gustado escribir a mi esposo implorándole su perdón por el amor que alguna vez me profesó. Pero veo que debe seguir muy enfadado, porque no me ha contestado a ninguna de las cartas que le envié durante las primeras semanas en este horrible lugar. Mi ex-amante Ludwig de Borness, el embajador de Northumbría, también me ha dado de lado, ha preferido velar por sus propios intereses y estar a buenas con el rey  conservando así su puesto, que la pasión que nos unió en otros tiempos mejores. Y hasta mi propia sangre, mi hija Drizzella, me ha abandonado, avergonzándose de los suyos y huyendo con ese miserable guardaespaldas. Siento la necesidad de escribir y no se me ocurre otro destinatario más que tú.

   Calímaco, hermano mío, lo que te voy a escribir ahora va dirigido solamente a ti y nadie más ha de leerlo. No me arrepiento de nada de lo que hice, salvo de no haber sido más cauta y no haber aniquilado antes a los enemigos que me han buscado la ruina. Mi vida aquí es un infierno. No soy capaz de compartir ningún sentimiento con quienes me rodean. Aborrezco este lugar con esos pajarracos negros siempre rezando, porque solo así puedo llamar a esas funestas monjas.

    Te contaré como me han recibido en mi nuevo hogar, pues aunque me resisto, así me inclino a creer que debo considerar este Averno en adelante. La falta absoluta de comodidades materiales es un mal menor, comparada con los espantosos sacrificios que he tenido que hacer desde mi llegada. Si esa carencia material fuera la única causa de mis males podría reír y bailar de alegría. Pero estas monjas se empeñaron desde el primer día en purificar mi alma. El día que llegamos aquí nos dieron a Davinia y a mí una pequeña celda para compartir como aposento y nos despojaron de nuestros vestidos, dejándonos tan solo un par de hatillos de quita y pon. Esa noche no bajamos a cenar, pues yo aún estaba sofocada por todo lo acontecido y Davinia andaba con el estómago revuelto. Apenas pudimos pegar ojo ni una ni otra cuando nos alcanzaron los primeros rayos de sol. Entonces comenzamos a oír movimiento en el convento y no tardó en llegar hasta el umbral de nuestra puerta una hermana apresurándonos a levantarnos con el toque de la oración. Nuestro primer impulso fue negarnos a levantarnos de la cama. Pero al pronto llegaron dos hermanas más y nos arrancaron de nuestro lecho literalmente, obligándonos a vestirnos y a acompañarlas. Nos tuvieron más de tres cuartos de hora en la capilla escuchando sus escalofriantes cánticos, cuando a duras penas nos manteníamos en pie, sin haber probado bocado alguno antes. Al finalizar aquel castigo, fuimos al comedor, donde nos pusieron medio vaso de leche fría y un trozo de pan duro. Acostumbradas a traer los mejores manjares de todo el reino, exigí otro plato pero entonces la madre superiora se encargó de recordarme que de ahora en adelante yo era allí poco y más que una recogida y que debería aceptar las reglas de ese convento y ganarme con mis sudor ese trozo de pan duro que me ponían encima de la mesa. No tardamos en comenzar a pagarlo. A Davinia le cayó mal la leche y estuvo todo el día macilenta y mustia, yo lo achaqué al estrés de la nueva situación que nos tocaba vivir. Pero aún nos esperaba una horrenda sorpresa por descubrir.

      Nuestras carceleras pronto nos pusieron tareas a las dos. A mí por la mañana en el huerto ayudando a la hermana Sor Florencia a cultivar pimientos, calabazas y repollos y por la tarde haciendo dulces en la cocina. Todo eso sazonado entre medias de eternas horas dedicadas a la oración. Para eso ha quedado la que fue la reina más poderosa de todo el playmundo. Pero lo peor le tocaba vivir a mi pobre Davinia, que no solo tuvo que soportar la no menos espeluznante tarea de cuidar de los pequeños huérfanos del convento, sino que además sus continúas naúseas, pronto revelaron una terrorífica noticia. Mi querida Davinia, mi mejor discípula, ha sido mancillada por ese nauseabundo esposo que le tocó por suerte. Ese ser deplorable ha dejado su tremebunda semilla en ella, que se encuentra en cinta, ahora de siete meses. Puedes imaginarte cómo se sintió al descubrirlo. Pasó semanas llorando sin consuelo y como una muerta en vida, sin la más mínima muestra de piedad de estas monjas, que la acusaban de mala madre por no desear la criatura que esperaba en su vientre. Y no hubieran tardado en mandar noticia a su esposo, sino hubiera intervenido yo mintiendo respecto a una falsa infidelidad de Davinia. Esto multiplicó las horas de oración a las que fue sometida mi hijita. Por las noches estas insufribles carceleras no se contentan con tenernos explotadas a trabajar y asqueadas de tanto rezar, sino que además nos tienen horas remendando harapos para los huerfanitos y preparando los pedidos para un tal zooparque, al que suministran nuestros dulces. Esa es la vida que me condena desde hace siete meses. Por supuesto, no podía permitir que Davinia echara su vida a perder aquí y por eso fue que urdimos un plan para que escapara de aquí. Una mañana con la excusa de llevar a los huerfanitos al bosque y respirar un poco de aire puro, aporreó a la monja que les acompañaba y abandonó a los niños en el bosque, echando a correr todo lo que pudo. No sé nada de ella. Solo espero que haya conseguido cruzar la frontera y llegar hasta otro reino, donde pueda empezar una nueva vida y ser feliz. Yo no he tenido tanta suerte y aunque he intentado escapar también, me vigilan todo el día y hasta me han impedido el acceso a las hierbas de la cocina, por miedo a que prepare un veneno que me haga dejar esta penosa vida.

    ¡Hermano, mi situación está al límite! No soporto ni un solo instante más en este lugar. Lo único que hasta ahora me ha mantenido con vida son los deseos de venganza que día a día alimentan mi corazón. Necesito ayuda urgente. Por favor, hazle saber a las fuerzas oscuras del playmundo mi cruel situación. Invoca a aquellos que alguna vez fueron mis amigos y que me presten su ayuda para salir de este infierno. Te ruego que me hagas llegar noticias también de la corte. Tengo entendido que mi hijo Denys huyó de allí el mismo día que nos apresaron a nosotras y que mi pequeño Felipe se halla al cuidado de los criados. ¿Pretenden hacerlo huérfano de madre? ¿Acaso no siente ni un mísero atisbo de piedad el rey por la madre de su hijo? ¡Lo odio! Me ha arrebatado todo lo que tenía: mi reino, el amor, mis hijos... ¿Pretende enterrarme en vida? Preferiría mil veces la muerte a seguir viviendo así. Estaré esperando tu carta todos los días. No me falles.

                                                                              Circe

2 comentarios:

  1. Esperemos que Calímaco sea seguidor de este blog...

    ResponderEliminar
  2. Jajajaja. Creo que muy pronto tendremos noticias de Calímaco ;-). Si supieran el Payaso Demonio y Vicrogo quiénes están detrás de sus pedidos de dulces para el zooparque...

    ResponderEliminar